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Adicción a la guerra, columna de opinión del abogado y escritor Rodrigo Zalabata Vega

Rodrigo Zalabata Vega

El presidente de Colombia, Gustavo Petro Urrego, ha sido blanco de fuertes señalamientos. El columnista Rodrigo Zalabata Vega hace un análisis del origen de estas conjeturas contra el mandatario y su familia.

Adicción a la guerra

OPINIÓN

Jueves, 23 de noviembre de 2023

Por: Rodrigo Zalabata Vega

Abogado y escritor colombiano

Algún síntoma democrático debe tener el gobierno de Gustavo Petro, si todo aquel que quiere protestarlo pasa sin permiso las puertas de palacio, sin respetar el umbral institucional de la organización del Estado, lo atinente a la administración presidencial, hasta la dignidad inmanente en la naturaleza de cada ser humano, para transgredir sin derecho los límites inviolables de su vida personal; sin que ello implique, como respuesta, nada más allá de un trino de pajarito (hoy una amenazante X) del comandante en jefe de las Fuerzas Militares de Colombia.

Llama la atención que las protestas que se suscitan sobre su gobierno, que tratan de formalizar como oposición, tienen origen en los escándalos que explotan los medios de comunicación desde sus trincheras, donde sacan la piedra contra Petro y esconden la mano; dirigidas a la humanidad del presidente, su familia y círculo allegado, sin contextualizar ningún análisis presente o futuro de su gestión, para crear guerras inmediatas de emoción, sin razón, entre los colombianos.

Cada Semana, crean un escándalo de telenovela con la levadura mediática del chisme que convierten en un problema de Estado. El primer capítulo lo protagonizó la niñera privada de la jefe de gabinete de presidencia, sobre quien se dijo había pellizcado los miles de millones que guardaba Laura Sarabia de pagos ilícitos al presidente. Sobre este hecho virtual montaron otra portada en la que un testigo anónimo, convertido en apócrifo, daba fe de lo no visto, unas supuestas maletas, cargadas del dinero en cuestión, sustitutivas de los bolsillos de Gustavo Petro.

Semana después, el novelón de Nicolás Petro con su exesposa, en un enredo de dineros ilegales e infidelidades que cautivó la audiencia. Si bien se trata de hechos aún por aclarar, su investigación trasvasó los ductos judiciales para caer extrañamente en manos de la prensa, la que trató, a todo costo, de establecer un vínculo con la financiación de la campaña Petro presidente. Prueba de ello es la entrevista que le hizo Vicky Dávila, quien, en su afán de sacarle una verdad inconfesada, le hurgaba la herida de los accidentes sentimentales con su padre.

Las acusaciones van en todo sentido y toman en descuido a cualquier miembro de su familia. Al hermano lo entrevistaron de improviso y de sus mismas palabras crearon un relato en el que confesaba sin pudor que al visitar la cárcel había negociado los votos que sumaron el triunfo de Gustavo Petro. Pero además reconocía que, con su hermano presidente, compartía el síndrome de asperger, cuya condición mental los comprimía en una introspección que los volvía ajenos a los demás: el palacio de gobierno de un dictador en sí mismo.

A su esposa Verónica, la primera dama de la nación, la señalan por bailar sin protocolo, algo que suponen violatorio de la dignidad institucional.

Un general (r) exviceministro la acusó, en entrevista en la misma Semana, de interés indebido en la compra de unos helicópteros oficiales. Fue denunciado y manifestó que la única prueba que tenía era un chisme de oídas que compartió a todo el país con extrañeza. Sin pruebas no tenía el valor militar con los cojones para retractarse.

El último ataque en contra de Petro sacudió los cimientos de la democracia. En pleno Congreso el senador J.P. Hernández develó la lista del mercado que se come el presidente en palacio, la suma de $30 millones en cuatro meses, que incluye una larga relación de lácteos que no ingiere. Una acusación insolente que nadie hizo ni al presidente Duque, cuyo gobierno de Barataria le dio cuerpo de Sancho Panza, en oposición a la lánguida figura del quijote Petro que sale a desfacer entuertos y agravios por todo el mundo, a quien casi se le salen los ojos de la flacura.

Pero el mayor irrespeto infligido no fue una acusación sino la emboscada de una pregunta, con la que al derruir a la persona echa abajo la construcción de gobierno. La embestida vino de la periodista María Jimena Duzán, quien escribió oronda una carta pública preguntándole si tenía alguna adicción que explicara sus ausencias y fallas de su prometido proyecto de cambio. La pregunta sin ningún sustento, sola la basaba en supuestos comentarios recibidos de allegados, con tal magnitud que les daba visos de credibilidad. Y los reparos al gobierno los formulaba vacíos, sin al menos el contenido que dan los periodistas que lo atacan con falsas noticias.

Es este el más sintomático de los señalamientos, porque refleja sin rostro aparente la historia política de Colombia. En el gobierno de Gustavo Petro han protestado todos los sectores políticos que le son adversos, de cuyas filas se escuchan, voz en cuello y rostro altanero, crueles epítetos maldicientes que escandalizarían la historia universal de la infamia, sin que por ello se haya derramado una gota de sangre en las calles en manos del Estado. Ha hecho las mayores incautaciones de droga, superiores a la suma de los últimos gobiernos, sin que merezca algún reconocimiento de la prensa que lo circunda. Su círculo de ordenanza lo organizó con indígenas, negros, diversos políticos, culturales y sexuales, tal es la nación colombiana, contrariando los designios inescrutables que por elección habían reservado esas dignidades a quienes se identifican como gente de bien.

Este estado de cosas registra el inventario parcial de 6.402 jóvenes en busca de trabajo, asesinados por balas estatales.

Antes de su gobierno, la protesta social había sido la cantera de los mayores crímenes y violaciones de derechos humanos causados por el Estado, superando a las organizaciones al margen de la ley, a países bajo dictadura o en guerra civil declarada. Este estado de cosas registra el inventario parcial de 6.402 jóvenes en busca de trabajo, asesinados por balas estatales, empleados como cifras victoriosas del gobierno que había instaurado la autoridad como ejemplo.

Apenas el gobierno anterior, ante un estallido social, en medio de una pandemia, cerca de cien estudiantes guiados por la luz del conocimiento les fueron sacados sus ojos, 16 en una sola noche fueron masacrados en la capital, muchos descuartizados por todo el país y arrojados a los ríos; hechos imputables a la represión oficial. Ante la opinión pública esos crímenes execrables se facturan como un ejercicio de autoridad, la cual debe ejercerse sin permiso ni objeción. En cambio, traída esa violencia histórica al contexto de la paz total prometida por el gobierno Petro, un proceso de diálogo, con el que se amarra el cinturón de la legalidad, se percibe como un signo de debilidad, incluso le acusan de una connivencia con los actores del delito.

Que cualquier opositor de turno u oportunista pueda denigrar de la persona elegida presidente de Colombia no significa una democracia, la que confundimos con un maltrecho sistema electoral a través del cual intenta emerger, como la elección del presidente Petro. Existe de hecho una clase política que tiene cooptado al Estado, desde la instauración de la república, organizada en un régimen presidencialista, cabeza de un entramado clientelista a nivel nacional, enmascarado en sus propias instituciones el trato de una dictadura, que puede cambiar la constitución si se lo propone a un Congreso en mayorías que lo representa a él y no al pueblo.

Lo que ha ocurrido en la historia de Colombia es precisamente lo contrario a la democracia, la cual se mide por realización de derechos y no en cifras electorales.

Ello explica que seamos uno de los cinco países más inequitativos, la diferencia cuantitativa entre ricos y pobres. La cosa pública ha sido apropiada por la clase política, robada de las manos de una nación con territorio, pero sin tierra.

El vacío de democracia nos llevó a prender el fuego de la guerra con la ilusión de resolver los problemas. De ello surgieron las manifestaciones de violencia política, social y tráfico de drogas. Su consumo ininterrumpido nos causó un problema de difícil solución: nos hizo adictos a la guerra. Las ideologías de derecha o izquierda se interpretaron con violencia y ya sin ideas se hicieron grupos armados. La sociedad civil cree más en el linchamiento callejero que en los estrados judiciales. La sangre que corre por las venas del narcotráfico le da vida con la muerte.

La elección de Gustavo Petro presidente no se dio en virtud de la democracia sino como un brote de revolución electoral en el que el pueblo sacudía las sábanas de sus instituciones al despertar de sus pesadillas. Pero quizás sea otra ilusión, el país sigue engastado en sus viejas estructuras de feudos políticos regionales, en los que sus gentes llevan en hombros a sus sepultureros.

La constitución del 91 es el resultado del mayor esfuerzo político por instaurar la democracia de derechos de sus asociados, sobre todos los esenciales del pueblo que la clase política les privatizó y volvieron su negocio.

Las reformas prometidas por las que fue elegido presidente, para devolverle los derechos que son propios del pueblo que conforma la democracia, hoy están siendo torturadas en el Congreso, con alta probabilidad que les causen la muerte política y las presenten camufladas de insurrección como un falso positivo.

Que una columnista de buen juicio haya enloquecido al hacer una pregunta desquiciada al presidente de la república, en cuyas manifestaciones de paz ella ve síntomas de desgobierno, significa que el problema está tocando fondo.

Entre tanto, la sociedad civil se debate en la adicción a la guerra que le inocularon en el alma, sufriendo el síndrome de abstinencia de qué hacer con su historia de violencia, ante la encrucijada de rehabilitar la democracia, la terapia colectiva entrada en razón que canaliza todas las energías humanas, en un arco iris de la vida que suma el blanco de la paz; o si, como en la antigua Grecia, antes que inventaran la democracia, prefiera seguir su fiesta macabra y opte por un frenético domador de caballos que nos arme otra vez la de Troya.

Columnista invitado por el HOME NOTICIAS

Rodrigo Zalabata Vega

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1 Comment

  1. Jorge Zuleta dice:

    Acertada columna. Son tantas las calumnias con las que la oposición ha tratado de mostrar una imágen mentirosa del actual gobierno a través de los medios de información y las redes sociales para demolerlo, que no recuerdo algo igual en la historia reciente de Colombia. Es entendible, que después de muchos años de repartirse el poder y saquear las arcas públicas, esta mafia política convertida ahora en oposición, se aferren a tratar de no soltar lo que es público convencidos de que el pais es de ellos y no asimilen la nueva realidad política por un triunfo democrático de alguien diferente, que propuso un cambio y lo quiere cumplir.

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