Armando Benedetti.
Gobierno publica hoja de vida Ministerio del Interior, el quinto cargo que ocupa Armando Benedetti en lo que va del Gobierno Petro
25 febrero, 2025

Democracia al desnudo, columna de opinión de Rodrigo Zalabata Vega

El polémico Consejo de Ministros.

Imagen del primer Consejo de Ministros presidido por el presidente Gustavo Petro, que fue transmitido por televisión. En este escenario los jefes de cartera sacaron a relucir sus diferencias y lanzaron duras críticas al Gobierno.

Democracia al desnudo

Sábado, 1 de marzo de 2025

Por: Rodrigo Zalabata Vega

Abogado y escritor colombiano

La inédita transmisión por televisión de un consejo de ministros, difundida en tiempo real por el actual gobierno, desveló la mostración escueta de lo escandaloso que puede ser exponer la democracia al desnudo.

Lo impúdico resulta del hecho que cada gobierno, ungido en democracia, delinea el vestido, sobre medida, con que se cubre el poder de quien en realidad gobierna.

Ante un país que lo ha visto todo, incluso lo que le ocultan, se vio lo nunca visto, las costuras internas de un gobierno que se muestra con más dignidad que poder, con los remiendos en el vestido de quien no tiene el poder económico, llegado de improviso a la fiesta de la casa republicana en la que no lo esperaban como invitado, arrimado por la voluntad de un pueblo al que solo le daban el boleto del voto con el derecho de animar las calles de Colombia, partícipe de una democracia formal cruzada de piernas y de brazos en la verbena electoral a la espera de que la saquen a bailar, pero que nunca supo lo que sucedía de puertas para adentro.

La casa de Nariño cautiva, vio penetrar sus sótanos por peligrosos delincuentes, escondidos como invitados; darse la mano con los más connotados corruptos transnacionales de Odebrecht, por cuyo escándalo en otros países son condenados, pero en Colombia causó la muerte a quienes quisieron denunciarlo, con familiar impunidad. Allí confabularon en silencio los estruendosos casos de corrupción que conoció la opinión pública por la magnitud que no pudieron ocultar, en un contubernio con siniestros empresarios privados, que llevaron al Estado a amenazar ruina. Reformaron la Constitución en los baños así nadie lo notaría. Redactaron las órdenes legales más feroces que cumplieron con el exterminio de miles de jóvenes inocentes en la busca de trabajo que tuvieron en cuenta de guerra.

Nada de eso se conoció en vivo en su malhadada hora; ante, por el contrario, los medios de comunicación, al servicio del establecimiento entramado de legalidad e ilegalidad, ocultaron un país derruido en añicos, robada su riqueza por manos de los pocos que se hacían entre los más ricos del mundo, los que celebran el podio vergonzoso de uno de los tres países más inequitativos de la Tierra.

La televisión nos dejó ver, al día, la noche de un gobierno acorralado en el sitio en que el establecimiento dominante había gobernado por 200 años, la casa donde levantó sus murallas de exclusión en lugar de familiarizar a su nación desplazada a errar en su patria (tierra de los padres). Ahora le toca vivir al lado de un vecino congresal que le tira piedras si pretende que la ley os devuelva su propia casa; circundado por una Corte que echa manos de la Constitución para negarle los recursos con que podría sustentar a sus hijos pero que se llevan los foráneos dejando sus migajas; atenazado por un sistema judicial y de control que juzga quitarle su derecho de haber sido elegido. En el centro del Estado, trata de saltar las barreras que le imponen las instituciones para poder conectarse con el pueblo que optó por el programa de gobierno que podría llevarlo al cambio de todo aquello.

En medio del cerco institucional a que ha sido sometido, lo que resultó inaudito de aquella transmisión fue ver a un grupo de materialistas idealistas sobreaguar en su isla de gobierno. Tal si se hubiera hecho realidad la isla de Barataria que le prometió el Quijote a Sancho Panza al embarcarlo en sus aventuras alucinadas.

Al arribar un gobierno circundado por el establecimiento matancero, lo que resulta inexplicable es que haya sobrevivido, pero ver al presidente de la República contra la pared por su consejo de ministros, como si estuviera en frente de un pelotón de fusilamiento, es algo que ni la misma democracia podría explicar.

Por eso la explicación razonable podría ser teológica. Si bien el Estado moderno (secular) consistió en separar la autoridad civil del poder divino, el liberalismo clásico postulaba que el hombre asume su libre albedrío para gestionar su destino, dentro de un sistema económico de oferta y demanda, sin interferencia estatal, equilibrado por una mano invisible. En consecuencia, el desequilibrio social que produjo ese supuesto equilibrio dio paso a las teorías socialistas, amén del paraíso comunista, cuyo capital es la propiedad de la verdad. Aquel cruce de ideas pudo producir un fenómeno de transferencia emocional ideológica. Y tiene que ver con el espíritu salvador de las izquierdas del mundo de suponer el cielo en la Tierra, llevadas por discusiones interminables lo más parecidas a las bizantinas. Algún filósofo importuno afirmó que la izquierda había reemplazado a dios por el Estado.

Es lo único que podría explicar un consejo de ministros que se levanta en asonada en contra del presidente que los nombró sin ningún esfuerzo de elección democrática, salvo la vicepresidente a la que se le confeccionó un ministerio a la medida de la igualdad que había reclamado. En tanto cada ministro tenía que rendir cuentas al país de su gestión, ellos, nombrados por el presidente, le reclamaban por los nuevos nombramientos que hacía y por las políticas adoptadas por el pueblo que lo había elegido, delegadas en la misión a sus despachos para llevar a cabo.

En medio y miedo del fuego amigo, el presidente trataba de sobrevivir políticamente a la emboscada burocrática de sus ministros orándoles una cantinela ideológica. Les renovaba los votos en el credo salvador de la izquierda, citaba apartes del evangelio de su vida martirizada, narraba parábolas ejemplificantes de la historia revolucionaria del mundo; elevando el consejo a un espíritu benefactor que invocaba el perdón y una segunda oportunidad para Armando Benedetti y Laura Sarabia, culpados de la mordida a la manzana de la discordia en el paraíso comunista.

Al tiempo, cada ministro le salía al paso al presidente Petro, llevado al final del consejo sin que ninguno diera cuenta de aquello por lo que en realidad estaban citados a responder, el cumplimiento de las metas trazadas por el gobierno, cuyas promesas habían sido acordadas en reclamo de las necesidades de cada región.

El país vio atónito cómo la vicepresidente, también ministra de la Igualdad, le reclamaba al presidente por la seguridad de su mismo gobierno, después de dos años de no poner los pies sobre la tierra embarcada en un helicóptero puesto a su servicio doméstico, poniéndolo al tanto que en su pueblo le reclamaban que antes estaban más seguros, en los tiempos en que había salido desplazada. Un escupitajo que envidiarían echarle en cara, ante todo el país, las más acérrimas candidatas de la oposición en lanzamiento de campaña. Vimos al ministro de Educación llegar tarde a clase, después de varios llamados que le hacía el rector al reclamarle que había capado a varios consejos en los que le puso falla. A la ministra de Ambiente, feminista infranqueable, reclamarle no poder cohabitar con Armando Benedetti, por las acusaciones que se hicieron públicas por maltrato intrafamiliar infligido a su compañera, desmentido por ésta ante quienes se metieron en medio de opinión, con quien se aferra a su relación al disfrute de un tórrido reconcilio. Sumado a la gavilla de los ministros, el director del DNP le hacía ver que Benedetti no representaba el proyecto progresista sacralizado en el gobierno, después de recibido como espíritu santo en la campaña presidencial. Seguido por el director de la UNP, quien le presentaba una denuncia penal en sede administrativa, sobre un intento de infiltración de dineros a la campaña por parte de un contrabandista disfrazado de comerciante, los cuales fueron rechazados, hecho en que relacionaba al mismo Benedetti. Entre tantos, ya casi el presidente quedaba a órdenes de sus ministros, los que ocultaban una doble agenda política, si su falta de diligencia y su confrontación a quien los nombró ocultaba sus aspiraciones. Ya hubiera querido la limitada oposición tener argumentos para tales reproches en contra del gobierno.

En su puesto, Armando Benedetti, venido de las toldas de la derecha, sentado a la izquierda de Petro, agachaba la cabeza al escuchar su sentencia, sin poder entender cómo una corte de ministros casi ejecutaba a su ejecutivo, después de transitar por varios gobiernos en que le servían de cómplices al presidente de turno.

Pero todo aquello estaba insuflado, quién lo creyera, por un espíritu religioso: la fe que tiene la izquierda en tener la voz del pueblo, que en su entender es la voz de Dios. Por cuya virtud convierten un consejo de ministros en un confesionario del gobierno del que hacen parte, al oído del pueblo, dándose golpes de pecho por los pecados cometidos y creer que con ello se reparan, sin procurar la igualdad de los hechos con sus palabras, al considerar que obras son amores y no buenas razones.

Antes del juicio final, ser bueno o malo es cuestión de método, porque mientras la izquierda practica la teoría la derecha practica la praxis.

Para la derecha la moral también es privada, así el pecado es residual de la libertad humana, un hecho que surge después de haber recibido de dios el poder sobre el mundo, por lo que la propiedad es un valor sagrado creado al servicio del hombre que no está en discusión, de tal suerte que los problemas de consciencia podrán resolverse en paz los domingos en la intimidad del confesionario de la iglesia.

Para la izquierda, por lo contrario, el mundo tiene un valor moral en sí, en el que la propiedad privada podría convertirse en un robo, si sus escrituras ningún dios firmó. Así las cosas, la Tierra tiene un problema de consciencia que solo puede resolverse por la razón, en donde el Estado es la supra consciencia que puede liberar nuestras culpas, ejerciendo la justicia social, un retorno al paraíso terrenal.

En ese contexto filosófico, Colombia se encuentra ante la gran encrucijada política de su historia entre dos destinos contrariados, cuya andadura se entrecruza en su proceder, ya que en medio de todos cada uno transita por el camino del otro. Contamos con un gobierno que se hace su misma oposición, confrontado a una oposición dueña de un poder que se hace su propio gobierno. Los que nos hacen marchar hacia un destino común contrapuesto que, al día de hoy, ya no existe en el mundo, ir por la derecha o por la izquierda, donde en realidad existe un pueblo que espera en su lugar se le redima de la miseria de cien años de soledad.

Y ello se debe a que, en 200 años de institucionalidad, quienes se hicieron dueños del poder anularon a la oposición, y quienes pudieron hacer oposición, salvados de la muerte, nunca pensaron que podían ser, al menos, el gobierno. Hoy tenemos un gobierno de ideales que navega en la duda de cómo llegar al puerto de destino, a contracorriente de una oposición que niega a un gobierno sin su gobierno, que no avizora el futuro de un país que no sea la seguridad anclada en el pasado.

¿A dónde puede llevarnos un gobierno que cifra en la teoría el destino al cual llegar, ante una oposición que apuesta en la práctica a su naufragio?

La respuesta podría prescindir de lo ideológico, bastaría con que el gobierno consagrara sus palabras en el cumplimiento del programa por el cual fue elegido, contentivo de unas reformas que a duras penas nos ayudarían a superar la extrema pobreza, e instalar el verdadero capitalismo en que alegan derechas e izquierdas; frente al cual, la oposición política haría una gran labor si al menos no vulnerara un propósito que se torna común cuando es escogido en democracia, hasta que en el mercado electoral puedan ofrecer la mejor oferta a lo que el pueblo demanda.

En medio de todos, el presidente manifestó que aquel consejo de ministros se transmitió como un gran gesto democrático, tanto que lo seguirá haciendo. A lo que cabría decir, por contradicción, que es en verdad un acto antidemocrático, porque retorna a discusión un programa de gobierno que ya fue decidido por el pueblo, cuyos despachos administrativos deben llevar a obras de gobierno.

Ya en el primer gabinete el país alcanzó a ver lo nunca visto en nuestra vida republicana, al entonces ministro de Educación, Alejandro Gaviria, saltar a la cartera de la ministra de Salud, Carolina Corcho, para sacarle la idea a su mismo presidente del proyecto de reforma a la salud, columna vertebral del gobierno de la vida.

Por lo expuesto, al presidente de la república cabría darle un consejo a su consejo. La democracia (gobierno del pueblo), ya sea en su expresión directa, como fue concebida en el mundo antiguo, o en su trámite indirecto o representativo, como cursa sus fines en el Estado moderno, tiene su momento deliberativo, en el que muestra su plumaje, y su ejercicio de gobierno, sobre lo ya decidido, cuando las palabras se tornan en hechos. A Gustavo Petro podríamos perdonarle su espíritu irredento de tribuno salvador, pero ya elegido presidente no necesitamos un gobierno discutiendo sobre sí mismo, precisamente porque un consejo de ministros no está confeccionado para deliberar, mucho menos para ejecutar al presidente, sino aplicado al cumplimiento de su cometido. Lo ideal es que un gobierno ni siquiera tuviera vida privada sino toda su vida pública, hablando con hechos.

Por todos, televisar un consejo de la familia gubernamental es intrascendente, si lo que necesitamos ver es la vida real, sin transmitirla por las noches como una telenovela, que quizás nos satisfaga el vicio morboso de meternos en la vida ajena, pero la privacidad de la casa republicana hay que salvaguardarla por interés público. La misma democracia debe guardar su pudor, para evitar que quienes quieran destruirla encuentren la oportunidad de violar su pureza. Si hasta Adán y Eva, sin que nadie los viera, cubrían su intimidad con una hoja de parra en el paraíso.

Columnista invitado por el HOME NOTICIAS

Rodrigo Zalabata Vega

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