Piden suspender al jefe de gabinete, Alfredo Saade, por presunta extralimitación en el caso pasaportes
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11 julio, 2025
Caso Alfredo Saade:
Cuando el pastor pierde el norte
La actuación del pastor Alfredo Saade en el caso pasaportes, al proponer el retraso deliberado de citas, no solo despierta sospechas legales, sino que representa una grave contradicción con los principios bíblicos que deben regir a un líder espiritual: integridad, justicia y buen testimonio.
EDITORIAL
Viernes, 11 de julio de 2025
La intervención del jefe de gabinete del presidente Gustavo Petro, Alfredo Saade, en el caso de los pasaportes, no solo ha levantado sospechas jurídicas y administrativas, sino que también plantea serias preguntas éticas y espirituales sobre su rol como pastor cristiano.
El pastor Alfredo Saade no es un ciudadano cualquiera. Es un hombre que ha predicado desde los púlpitos, que ha invocado principios bíblicos para orientar a otros, y que ha buscado –según sus propias palabras– influir en la política desde la fe. Pero ese mismo compromiso que exige integridad, transparencia y servicio, parece haber sido puesto en entredicho con su reciente actuación como jefe de gabinete del Gobierno Nacional.
La queja disciplinaria que hoy reposa en el despacho del procurador Gregorio Eljach, presentada por la Red de Defensa Ciudadana, denuncia una presunta extralimitación de funciones por parte de Saade en el proceso de contratación de los pasaportes. Según los documentos conocidos, el pastor habría propuesto retrasar intencionalmente las citas para la expedición del documento como una estrategia de presión institucional. Una conducta así no solo perjudicaría a miles de ciudadanos que requieren este servicio esencial, sino que vulneraría el principio de legalidad administrativa.
Más allá de las posibles consecuencias disciplinarias o jurídicas, hay un cuestionamiento más profundo que debe hacerse: ¿puede un pastor cristiano actuar de esa manera sin comprometer su testimonio? La Biblia es clara y rigurosa respecto a los requisitos que debe cumplir un líder espiritual. En textos como 1 Timoteo 3 y Tito 1, se exige que el pastor sea irreprensible, prudente, justo, dueño de sí mismo, y con buen testimonio ante los de afuera.
Retrasar un servicio público para obtener ventajas políticas no es ni prudente, ni justo, ni un buen testimonio. Es, en cambio, una muestra preocupante de cómo el poder puede desfigurar la vocación de servicio que debe guiar a todo verdadero líder cristiano. La fe no puede usarse como escudo para prácticas cuestionables. Tampoco puede un púlpito convertirse en una plataforma de ambición personal.
El daño no es solo institucional, sino espiritual. Miles de creyentes que depositaron su confianza en Saade como referente moral y espiritual ahora observan con desconcierto cómo sus acciones contradicen los principios que predica. Y eso, en el reino de Dios, es más grave que cualquier sanción administrativa.
Este país necesita pastores que sean ejemplo, no actores políticos de doble discurso. Que apacienten con humildad, no que gobiernen con manipulación. Que sean luz, no sombra.
Porque cuando un pastor pierde el norte, no solo pierde su rumbo: arrastra con él la credibilidad de la fe que representa.
Nota Editorial