“Ejercer la dignidad no es conspirar”: El grito político de Francia Márquez, quien dijo haber sido un instrumento

La vicepresidenta rompe el silencio en un discurso que expone las tensiones internas del Gobierno, denuncia exclusión estructural y responde con firmeza a las sospechas de traición y a la violencia simbólica del poder.

EDITORIAL

Domingo, 27 de julio de 2025

La reciente intervención pública de Francia Márquez en Cali —ciudad símbolo del pacífico excluido y afrodescendiente— no es solo un discurso reivindicativo: es una ruptura política. Un grito cuidadosamente articulado desde la dignidad, en el que la vicepresidenta se desmarca de una figura presidencial que la catapultó pero que también, según sus palabras, la silenció, la instrumentalizó y la relegó.

Márquez, quien fue clave en la victoria electoral del Pacto Histórico en 2022, ha descrito sin rodeos cómo la dejaron sola: sin presupuesto real, con un ministerio sin estructura, y bajo la sospecha permanente por su raza y origen popular. No menciona a Gustavo Petro por nombre, pero el destinatario de sus críticas es evidente: el presidente que la ubicó en un gabinete sin poder efectivo, que la acusó en público con un comentario de tinte racista y que, ante la crisis de confianza, la distanció políticamente en lugar de respaldarla.

Sus palabras son también una denuncia del racismo institucional, no solo dentro del Estado, sino al interior del mismo gobierno progresista que prometía lo contrario. Márquez evoca las luchas históricas del pueblo afrodescendiente para subrayar que su exclusión no es nueva, pero sí es particularmente dolorosa cuando proviene de quienes decían representar una alternativa de justicia social.

Detrás de su discurso se esconde un giro de fondo: Francia Márquez ya no es la militante disciplinada ni la compañera silenciosa del presidente. Reivindica el derecho a disentir, a hablar, aunque duela, a no aceptar que la equidad se reduzca a una cuota simbólica. Su mensaje es, además, una advertencia política: si desde adentro se la desconoce, se reserva el derecho a confrontar desde su legitimidad popular.

En este contexto, su cita de James Baldwin no es retórica: “nada puede cambiar hasta que se enfrenta”. Lo que Márquez enfrenta ahora no es solo la sospecha de una conspiración o el racismo soterrado en la política nacional; enfrenta al poder mismo, reclamando el lugar que le corresponde no por caridad institucional, sino por derecho político.

El gobierno de Gustavo Petro, que ha basado su narrativa en la inclusión y la transformación estructural, queda a que diga algo respecto a esta intervención. No se trata solo de un conflicto personal: lo que está en juego es si el cambio prometido será también un cambio real en el ejercicio del poder, o si, como advierte Márquez, el sistema sigue intacto, solo que con nuevos rostros.

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