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5 octubre, 2025
El costo político de la arrogancia diplomática de Gustavo Petro
La cancelación de la visa de Gustavo Petro no fue un castigo por su discurso ante la ONU, sino la consecuencia de una cadena de provocaciones que cruzaron los límites de la diplomacia. Entre incoherencias ideológicas y retórica incendiaria, el Presidente vuelve a poner a Colombia en el centro de una tormenta diplomática innecesaria.
OPINIÓN
Martes, 7 de octubre de 2025
El relato según el cual a Gustavo Petro “le cancelaron la visa por decir la verdad en la ONU” se ha convertido en uno de los tantos cuentos que circulan entre sus defensores para mantener viva la narrativa del líder rebelde enfrentado al “imperio”. Sin embargo, los hechos desmienten esa versión. No fue su discurso sobre Gaza el que irritó a Washington. Presidentes como los de Francia, Indonesia o incluso el rey de España fueron igual de contundentes en condenar los abusos de Israel, y ninguno perdió su visa.
Lo que realmente provocó la reacción estadounidense fue su llamado, desde Nueva York, a la insubordinación de los soldados norteamericanos. Una exhortación directa a desobedecer a su propio presidente —un gesto que en cualquier nación soberana se entiende como una injerencia intolerable—. Petro no fue castigado por su valentía, sino por su temeridad.
Esa actitud resume una constante en su política exterior: confundir la altivez con la dignidad, y el desafío con la independencia. Desde que asumió la Presidencia, Petro ha hecho de la confrontación su marca personal, pero en materia diplomática esa estrategia solo ha generado aislamiento, recelo y desconfianza. No es valentía irritar al principal socio comercial y estratégico de Colombia; es simple torpeza política.
Lo más grave, sin embargo, no es la consecuencia inmediata de la visa revocada, sino la incoherencia moral que aflora detrás del discurso. Petro condena —con razón— los crímenes de Netanyahu y la devastación en Gaza, pero guarda un silencio cómplice ante las atrocidades de Vladimir Putin en Ucrania o los abusos autoritarios de Nicolás Maduro en Venezuela. En su libreto, los crímenes de unos merecen repudio y los de otra indulgencia. Esa doble moral no es dignidad, es conveniencia ideológica.
La política exterior de un país no puede sostenerse sobre el capricho o la emoción del gobernante de turno. La diplomacia exige prudencia, respeto y coherencia, tres virtudes que parecen ausentes en la improvisación de Petro. Mientras sus funcionarios intentan recomponer relaciones, él se encarga de destruirlas con cada declaración altisonante.
La consecuencia es evidente: un país que pierde interlocutores y credibilidad internacional. La “valentía” presidencial se convierte en un obstáculo para los intereses nacionales, y la ideología se transforma en egolatría. En ese espejo, Colombia no proyecta liderazgo ni soberanía, sino desorientación.
Petro, en su cruzada personal contra los enemigos de su narrativa, ha terminado sacrificando la diplomacia en el altar del ego. No fue castigado por decir la verdad; fue reprendido por olvidar el principio más básico del respeto entre Estados. Y ese error, más que un símbolo de dignidad, es una muestra de soledad política.
Columna de opinión de Leonidas Medina Jiménez